Espejitos de colores modernos. |
Había una vez un territorio extremadamente rico, lleno de recursos y posibilidades. Un día llegaron hasta allí intrusos, ávidos de riquezas fáciles. No fue por un acto deliberado sino por un pelotudo error de cálculo que terminó depositándolos en estas tierras.
A cambio de vistosos presentes sin ningún valor, lograron convencer a los nativos del lugar para que se sometieran y entregaran rápidamente todas sus riquezas. Estos exploradores se consideraban los portadores de la civilización y sucumbieron ante las bellezas de este verdadero paraíso terrenal. Así fue como echaron raíces en este nuevo mundo. Rápidamente impusieron sus costumbres y sus vicios a los verdaderos dueños de estas tierras, quienes padecían a estos molestos visitantes que jamás habían invitado. Intrusos y nativos no tardaron en mezclarse y se dieron cuenta de que no podían depender indefinidamente del reino de donde venían y mucho menos, de un monarca que los manejaba con la pretensión de ser socio solo de las ganancias. Se les ocurrió entonces la feliz idea de independizarse. Algunos otros episodios de lucidez como este hubo aunque fueron frecuentes. A pesar de todo, construyeron una nación basada en nobles principios que lamentablemente siempre fue vulnerable a la acción astutamente perversa de unos pocos que pretendían tomas al resto por pelotudos.
La historia siguió de manera muy parecida aunque cambiando en ciertos casos algunos matices. Cuando llegó el siglo XX, este territorio tenia tantas pero tantas riquezas guardadas que algunos memoriosos cuentan que era muy difícil caminar entre las barras de oro que habían llegado a almacenar. Esto volvió a despertar seguramente el interés de quienes vieron aquí otra vez la gran oportunidad para utilizar nuevamente una receta que daba tan buenos resultados y que les permitiría apropiarse de las riquezas facilmente. Como los tiempos cambian, la formula requería alguna actualización. Los antiguos espejitos de colores con los que convencían en otros tiempos a los nativos se iban a convertir ahora en ilusiones y a veces, ni siquiera en eso. Algunos pobladores del lugar ya se sentían molestos y quicieron alertar de este peligro a los demás. No tardaron en ser detectados y con variados métodos comenzaron a eliminarlos. Como esto no bastaba, inventaron algo mas sofisticado para entretener al resto de la población mientras ellos hacían de las suyas: las distracciones. Estas se instrumentaron de las formas mas variadas y tuvieron un éxito impresionante. Fomentaban todo tipo de pasiones inútiles motivando a la población a desarrollarlas. Inmensas masas presas de un inconsistente furor ayudadas por una poderosa maquinaria de difusión convertirían a todo opositor en un enemigo. Mientras tanto, unos pocos nativos convidados a ese festín que estaban llevando a cabo los que se apropiaban de todo se encargaron de pasear por el mundo una imagen ganadora y canchera que no tardó en convertirse en antipatía.
El perverso sistema de extracción de riquezas era tan voraz, que precisaba generar permanentemente nuevas estrategias y con el animo de someter a la gente a una dependencia aun mas grande, ideó la necesidad de pedir dinero prestado. Este aparente gesto de "generosidad" de quienes ofrecían su dinero termino pagándose tan caro, que muy poco tiempo después empezaron a verse en una tierra donde los alimentos brotaban naturalmente, niños muertos de hambre además de carencias y desgracias inimaginables en estos confines del mundo.
La historia sigue repitiéndose igual en este cuento de nunca acabar, y los nativos siguen tal vez de manera inconsciente o pelotuda esperando algo que alguna vez los haga, por lo menos, en este cuento, protagonistas de un final feliz.
Este cuentito es una parte del libro de Mario Kostzer, "EL pelotudo ARGENTINO".
Espero que le haya gustado la historia.
levantemos varias. |